Durante
unos quince años, después de que Vasco Núñez de Balboa divisara por vez primera
el Pacífico, en 1513, los aventureros españoles habían estado ensanchando los
límites meridionales de los territorios explorados por europeos desde Panamá.
En 1528, Bartolomé Ruíz se había apoderado de una balsa cargada de tesoros que
seguía la costa de Ecuador, y que trajo consigo la promesa de la existencia de
una rica tierra algo más allá del confín de los españoles. Las noticias del
éxito de Ruíz contribuyeron a que Pizarro, de regreso a España, consiguiera una
concesión real como gobernador de la tierra ignota, así como recursos
financieros y humanos.
En
1531, la fuerza de Pizarro siguió su camino hasta Coaque, en la costa ecuatoriana,
lugar que atacaron y ocuparon. A principios de 1532, se unieron a la vanguardia
varios grupos de hombres trasladados por mar y la expedición siguió su camino
hasta Tumbes, en la costa septentrional de Perú. En noviembre de 1532, Pizarro
había reunido finalmente recursos, hombres y osadía suficiente para ascender
los Andes al encuentro del príncipe Atawallpa, de quien se sabía que se
encontraba en Cajamarca, junto al camino real de Perú septentrional.
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Mapa de Perú |
El
grupo llegó finalmente a Cajamarca el 15 de noviembre e hizo su entrada en la plaza
del centro de la ciudad.
Se
decantaron por simularse amistosos y posponer la acción militar para un momento
más propicio, pidiendo que Atawallpa declarara su obediencia al rey de España,
para realizar así un ataque por sorpresa. El Inca estaba siguiendo el mismo
plan de simular amistad y, a continuación, tomar a los españoles como
prisioneros. Durante su cautiverio, explicó que había pensado en torturar y
matar a cierto número de ellos.
Cuando
Atawallpa hizo su entrada en la plaza al final de la tarde del 16 de noviembre,
ordenó a los porteadores que se detuvieran en el centro de la plaza y esperó.
El fraile dominico Vicente de Valverde, acompañado por el intérprete Martín, se
acercó a Atawallpa y comenzó a explicarle cómo había sido enviado para
revelarle la palabra de Dios al pueblo de aquella tierra. Valverde entregó al
Inca un breviario cerrado y éste sólo consiguió abrirlo después de algunos
esfuerzos. Tras conversar brevemente con el sacerdote, Atawallpa arrojó el
libro a la tierra y subió a la litera para preparar a sus hombres. En ese
momento, Valverde reculó corriendo hacia donde se encontraban escondidos los
españoles y les gritó que vengaran la afrenta hecha a la palabra sagrada.
Pizarro
dio a los hombres la señal de cargar, y los españoles armados atacaron lanzando
su habitual grito de guerra, << ¡Santiago!>> Montados en sus
caballos, protegidos por las armaduras y con un armamento muy superior, los
españoles eran casi invulnerables a aquella masa de soldados andinos. Atawallpa
fue capturado personalmente por el propio Pizarro. En las dos horas de matanza
que siguieron, pudieron caer abatidos unos siete mil andinos, los españoles sin
embargo no sufrieron baja alguna. Al caer la noche, los españoles mantenían un
control completo de Cajamarca.
Como
la pasión que los españoles sentían por el oro y la plata se hizo muy pronto
evidente, Atawallpa respondió ofreciendo un inmenso rescate a cambio de su
libertad. Xérez, el secretario de Pizarro, menciona la intención que el Inca
impuso acerca de la opción de llenar una habitación entera con objetos de oro.
El volumen de la habitación debería llenarse por dos veces con objetos de plata
reunidos en todo el imperio durante los próximos meses. La información que los
conquistadores consiguieron sonsacar a lo largo de los ocho meses de cautiverio
de Atawallpa les llevó a creer correctamente que podían explotar las divisiones
existentes entre dos facciones incaicas. En esa época, Pizarro envió
expediciones a Cuzco y al Pachacamac costero. La otra expedición, dirigida por
Hernando Pizarro, viajó hasta la costera Pachacamac, donde destruyeron el ídolo
oracular. Ambas expediciones, en especial la del terceto a Cuzco, regresaron a
Cajamarca con objetos de oro que probaban la riqueza del imperio.
Sala de Cajamarca (habitación que Atawallpa prometió llenar de oro y plata). Fotografía de John Hyslop de la División de Antropología del Museo Americano de Historia Natural. |
A
finales de abril de 1533, Diego de Almagro, el compañero de Pizarro, había
regresado desde Panamá con refuerzos y estaba también de vuelta la expedición
de Hernando Pizarro.
Al
final, Pizarro fue presa del pánico y se doblegó a las exigencias de ejecutar
al Inca. El sábado, 26 de julio de 1533, Atawallpa fue considerado convicto de
traición en un juicio convocado de manera apresurada. Sufrió la pena de garrote
inmediatamente, y se salvó de ser quemado sólo al precio de aceptar el bautizo.
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Ejecución de Atawallpa. Grabado del siglo XIX. |
Los
funcionarios de la corona en Panamá y el propio Carlos V se sintieron
ultrajados de que un soberano pudiera haber sido muerto de manera tan
escasamente ceremoniosa por un grupo de “don nadies” sociales. Pizarro fue así,
convocado a rendir cuentas y obligado a defenderse a sí mismo.
La
muerte de Atawallpa dejó a los españoles huérfanos de un líder reconocido que
podían utilizar para gobernar por su mediación, por no comentar el desamparo de
los incas al no tener soberano a quien recurrir. Pizarro tomó medidas
inmediatas para remediar la situación, instalando a uno de los jóvenes hermanos
de Waskhar, llamado Thupa Hualpa, como soberano títere. A continuación se
dirigieron hacia Cuzco, encontrándose con la primera resistencia militar seria
cerca de Hatun Xauxa, en el valle del Mantaro. Los grupos locales se aliaron de
inmediato con los españoles y comenzaron a entregarles suministros de los
almacenes reales, una práctica que mantendría durante dos décadas. Pizarro
acampó durante un par de semanas en la ciudad que, en 1535, se convertiría en
la primera capital española de los Andes.
La
rapidez de movimientos les permitió sorprender y derrotar a un ejército incaico
en retirada estacionado en Vilcashuaman, pero una fuerza de avanzadilla
española se vio sorprendida mientras se aproximaba a Cuzco y los españoles
sufrieron ahí su primera derrota real en la invasión. Los supervivientes
resistieron toda la noche y, con la llegada de refuerzos, pudieron ganar el
asedio. Los españoles se aproximaron a Cuzco, los guerreros de Quizquiz
consiguieron en un primer momento repelerlos en un paso que controlaba el
acceso a la ciudad, pero los incas, desmoralizados, abandonaron pronto la
defensa. Sin oposición, los hombres de Pizarro penetraron en el ombligo del
universo el 15 de noviembre de 1533, exactamente un año después de haber
entrado en el campamento incaico de Cajamarca.
En
los días que precedieron a la entrada en Cuzco, los españoles recibieron en
bandeja la solución a uno de sus más acuciantes problemas. Manqo Inka, otro de
los hijos de Huayna Qhapaq, reclamó para sí el trono, al tiempo que ofrecía a
los españoles aparentemente otra figura títere sumisa a través de la cual poder
gobernar. Los españoles despojaron la capital imperial de toda su riqueza. En
diciembre, Manqo Inka fue nombrado formalmente soberano inca.
El
año siguiente, los españoles se encontraron con considerables resistencia ante
sus esfuerzos por pacificar aquellas tierras. Especialmente en Ecuador, los
ejércitos incas dirigidos por Rumiñahui y Quizquiz llevaron a cabo una serie de
prolongadas campañas contra los españoles. Se envió a Almagro a completar la
conquista de los Andes meridionales, acompañado por otro hermano de la familia
real, Paullu Inca, y por el sumo sacerdote del Sol, Villac Umu.
Manqo
Inka, consiguió huir de Cuzco y comenzó a reunir un ejército con el fin de
expulsar a los españoles, no solo de la capital sino de todo el territorio. La
resistencia alcanzó sus frutos en 1536, cuando se reunieron dos enormes
ejércitos para poner sitio a Cuzco y atacar la recientemente fundada Ciudad de
los Reyes. Dirigidos por el joven Juan Pizarro, que perdería la vida en el
asalto, los españoles expulsaron a los incas de la ciudadela, lanzando ataques
a caballo, ascendiendo los muros con escalas y luchando cuerpo a cuerpo. En la
costa, el ataque sobre la Ciudad de los Reyes de 1536 fracasó a su vez cuando
los comandantes incas fueron abatidos en un ataque directo sobre la ciudad.
Huérfano de jefes, en una sola noche, el ejército se dispersó por las colinas.
Los
conquistadores poseían enormes ventajas tecnológicas en armamento y armaduras,
pero eran los caballos quienes les proporcionaban la mayor ventaja táctica
inicial. Los españoles contaban con otra ventaja táctica inicial, su deseo de
tomar la iniciativa en cada oportunidad que se les presentaba, exactamente lo
contrario de aquella manera deliberativa con que los incas se enfrentaban al
arte de la guerra. Hubo asimismo cierto número de elementos culturales que
sirvieron a los éxitos tempranos de los conquistadores. Uno de ellos fue la
personalizada y deificada naturaleza del liderazgo incaico. Si el soberano era
tomado como rehén, sus subordinados quedaban incapacitados para efectuar
iniciativas militares.
Durante
treinta y seis años después de sus infructuosos esfuerzos por expulsar a los
españoles de Cuzco y de Lima, los incas mantuvieron un Estado independiente en
Vilcabamba, a unos doscientos kilómetros de cuzco. Fundada por Manqo Inka
después de su huida de Cuzco, Vilcabama ofrecía a los incas un refugio seguro
para conservar su libertad y fomentar planes para recuperar las tierras
perdidas. Vilcabamba cayó finalmente en 1572 ante una expedición organizada por
el virrey Toledo. El último soberano inca, Thupa Amaru, cayó prisionero y fue
trasladado a Cuzco, donde se le consideró culpable de traición y fue
rápidamente condenado a muerte. El 24 de septiembre de 1572, el último de los
soberanos incas entró en la plaza con la majestuosidad de sus antepasados para
ser decapitado, poniendo fin a aquel linaje que había descendido del sol para
gobernar la tierra.
Francisco
Pizarro, el arquitecto de la destrucción del Tawantinsuyu, no vivió mucho
tiempo para disfrutar de su cargo, duramente conseguido, como gobernador de los
nuevos territorios. Pronto aparecieron fuertes desavenencias con su compañero,
Diego de Almagro, El Viejo, que le arrebató Cuzco a Pizarro en 1537 e instaló
allí a Paullu Inca como un nuevo soberano títere. Este conflicto tocó a su fin
al año siguiente, con la muerte de Almagro a manos de Hernando Pizarro, pero
los partidarios de aquél se tomaron la venganza matando al propio F. Pizarro en
1541. La última rebelión importante la desencadenó Francisco Hernández Girón,
en 1553-1554, derrotado en buena parte de la acción militar de los wankas
aliados de la corona española.
Las
guerras civiles, los trabajos forzados y las epidemias llevaron la devastación
a los pueblos andinos por lo que se refiere a la demografía. En los primeros
cuarenta años posteriores a la invasión, la población había descendido en
aproximadamente un cincuenta por ciento.
Lentamente,
se instaló una administración civil y los españoles comenzaron a tomarse un
interés más serio por la cultura andina. Uno de los administradores más
sensibles fue Juan Polo de Ondegardo, el magistrado cuzqueño. Las reformas más
amplias tuvieron lugar bajo la administración del virrey Toledo, en 1570-1572.
Entre los numerosos cambios instituidos por él se encuentra la reducción de
pueblos nativos fuera de sus comunidades tradicionales, en aldeas próximas a
los centros de los españoles, donde podían controlarse más estrechamente los
indicios de rebeliones y las herejías contra el catolicismo.
Poco
después del descubrimiento y de la requisa de las momias de los incas, salió a
la luz un nuevo movimiento clandestino, llamado Taki Onqoy o “enfermedad del
baile”. A lo largo de siglos de dominio colonial, comenzó a tomar forma el mito
del Inkarrí. Figura sincrética que mezclaba al Inca con el rey español, un
hombre que regresaría a los Andes para liberar a los pueblos nativos de las
ataduras a que los había abocado la conquista española.
A
pesar de la violencia, de las enfermedades y de las transformaciones culturales
que experimentaron los pueblos andinos durante el periodo colonial, el legado
del Tawantinsuyu continúa dando forma a los pueblos y culturas del occidente de
América del Sur, en especial en las tierras altas peruanas donde son numerosas las
comunidades que aún siguen inmersas en modos de vida tradicionales.
Las
relaciones que mantienen las personas con la tierra y el cielo conservan aún el
vigor que se expresa en el conocimiento, las creencias y los ciclos de
ceremonias practicados por numerosas comunidades. Los residentes en núcleos
urbanos que se encuentran en las faldas elevadas de las montañas a un día de
camino de Cuzco siguen aún los caminos rituales bien trillados que conducen a
las cimas de Huanacauri, del Nevado Sinakara y de los picos próximos para hacer
sus ofrendas a los poderes antiguos que habitaban el territorio. Es evidente que
muchos de los calendarios rituales se han mezclado con los de la Iglesia
católica, pero los ciclos se hallan aún acompasados con el ir y venir de las
estaciones y estrellas.
Sin
embargo, no existe un recuerdo del paso cultural de los incas en la sociedad
moderna más dominante que las protestas que rodearon las elecciones
presidenciales del año 2000.
Laura Herranz López
Universidad Complutense de Madrid
Bibliografía de Interés:
DE CIEZA DE LEÓN, Pedro. Descubrimiento y conquista del Perú.Buenos aires, JAMKANA, 1984.
N. D'ALTROY, Terence. Los Incas. Barcelona, Ed. Ariel pueblos, 2003.
H. PRESCOTT, William. Historia de la conquista de Perú. Madrid, A. Machado Libros, S. A., 2006.
Está muy bien que os acostumbréis a citar las fuentes de información bajo cualquier contexto o formato.
ResponderEliminarSaludos,